jueves, 6 de septiembre de 2007

VIOLENCIA Y AUTORITARISMO

Molino movido por viento en Samaca

Violencia es violación; o mejor, la violación es una de las formas más repugnantes de la violencia, con excepción del homicidio. También hay que decir que la violación no sólo refiere o tiene relación con lo sexual. Violación y violencia tienen un sentido más amplio. Incluso hay formas sutiles de ejercerlas en la educación y en la vida social en general.

Autoritarismo, el otro término del título de esta alocución (título que no elegí) nos habla de un yo, un “sí mismo”, que se impone, con o sin verdadera autoridad. Ambos sustantivos dicen casi lo mismo. El autoritario es por esencia violento y violador.

Pablo Macera, un notable historiador y pensador peruano, insistió hace unos años en la idea de que nuestros países no habían sido conquistados sino violados brutalmente por los Pizarros y Almagros.

“Cabrera y Carvajal fueron mis nombres” dice un verso de Borges en un soneto que precisamente se titula El Conquistador. Pero dejemos a Borges, que es menos conflictivo para nosotros peruanos, que para muchos argentinos. Sin duda hubo épica, por perversa que hoy nos parezca, en aquellos soldados renacentistas que acabaron tan brutalmente con casi todo lo que encontraron en nuestros países.

La referencia de Macera es ciertamente sexual: una cosa es conquistar a una mujer, otra muy diferente es violarla. La conquista esgrime poesía, busca encantar; la violación es todo lo contrario: recurre al puro y bárbaro poder, es la afirmación de un yo que se impone.

La historia del Perú es ciertamente diferente a la de Argentina, puesto que en el país de Borges pesaron más las inmigraciones europeas del siglo XIX. El Perú quedó marcado por la violencia de una violación que se produce en el siglo XVI y que aún define nuestro ser. Aún en el siglo XXI el Perú sigue siendo un país racista, machista y clasista; en el Perú se marcan las diferencias hasta el cansancio; el Perú no ha llegado a ser un país moderno. En casi todos los peruanos se esconde un racista y un enemigo del Perú. Es el Perú contra sí mismo, el que desprecia al indio, a la lengua quechua, a la hoja de coca. El Perú tiene vergüenza de sí mismo y nuestras derrotas futbolísticas no hacen sino perpetuar nuestros complejos.

Lo grave es que tenemos vergüenza de lo que más vale en nosotros, lo que nos da sustancia propia y nos hace una voz importante en América y en el mundo. Es comprensible y casi necesario que un argentino, por lo menos un porteño, sea un europeo. Para un peruano como para un boliviano o un ecuatoriano esto es mucho más difícil. A nosotros sólo nos queda aceptar nuestro mestizaje con orgullo, y eso es precisamente lo que no aceptamos. Para la mayoría de los peruanos Vallejo o Arguedas no existen o existen sólo como una cosa lejana, folklórica. Negamos lo indio y con ello perdemos el alma.

El Perú sigue siendo un país gobernado por gentes que se sienten blancos y sus estructuras de poder, ridículas como son, responden a lo que mande el imperio de turno: seguimos siendo colonia. Todos los gobiernos coloniales son violentos, significan el atropello y la violación de los derechos materiales y espirituales de los conquistados.

Mi argumentación no es “indigenista” como alguno podría creer. Aún siendo peruanos debemos admitir que la aldea global hará del planeta, y hace ya del planeta, una sola unidad. Para muchos peruanos inmigrantes, la Argentina y sobre todo Buenos Aires, significa huir hacia la modernidad, escapar del difícil, folklórico e injusto país llamado el Perú.

Lo contrario de la violencia es la paz de la justicia, la conquista por la palabra. Si la violencia es violación, la paz es diálogo entre hombres libres, y consumación de aquel ideal que expresamos no sin dificultad con la palabra “democracia”.

De la palabra con intensidad espiritual surge la ley justa que cohesiona el sistema social. Cultivar la palabra es lo único que puede hacernos pueblos cultos, capaces de organizar una convivencia justa y pacífica.

Del lado de la violencia están todos los fundamentalismos, todos los dogmatismos, la cruz y la espada, el racismo o el insolente desprecio por todos los pueblos que no sean el occidente europeo.

Paradójicamente la voz más noble de Occidente apunta a la elucidación del logos, al asunto de la palabra. De esta tradición ha surgido por lo tanto el esfuerzo por valorar al otro, a todo lo que no es occidente. Por eso nacieron la Etnología y la Antropología como disciplinas de comprensión de lo que consideramos extraño, de lo insólito. Este es el camino de la paz del futuro. Sí, occidente y la actual globalización tienen una misión aglutinante, que según creo, tendrá que ver con el surgimiento de un hombre superior, lúcido, que acabe para siempre con la guerra y con toda forma de violencia entre los individuos y las sociedades.

La paz de la palabra y la inteligencia mutua son las antípodas de la violencia y de cualquier forma de insolente autoritarismo.

Pero hay que quitarle el grullo a Perogrullo. Nuestro desconcierto es muy grande. “El Perú tiene un alma que salvar” me dice un amigo poeta y uruguayo que vive en Urubamba. Es verdad: tenemos que ser occidentales, (inevitablemente) conquistadores pero la nueva conquista, como dice Martín Adán, tendrá que ser de generosa escucha.

Al violento y al violador nunca le ha interesado el estado del alma del otro. Para quienes pensamos que la educación es lo central, lo esencial es el generoso diálogo: esa es nuestra exigencia. Pero esa exigencia no proviene de un estado, ni de ninguna fuerza exterior, sino es demanda de nuestra libertad.
Una última cosa: somos los intelectuales la gente de la palabra. Por eso quizás el problema central del país es el alejamiento y la frivolidad de nuestros intelectuales. No ha habido en el gremio la fuerza para llegar al pueblo y ni siquiera la generosidad para querer acercarse. Nuestra burguesía en general ha fracasado para amalgamar al Perú; no hemos hecho patria. El terreno quedó libre para la superstición, los casinos y Sendero Luminoso.

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